Desde el descubrimiento de América, los catalanes pudieron prosperar mucho, porque empezaron a vender sus productos en el continente americano. Primero lo hicieron de manera indirecta a través de agentes o representantes comerciales instalados en los puertos de Sevilla y de Cádiz, que tenían el monopolio del comercio americano. Se trataba de un privilegio que les permitía tener el control de los buques y de las mercancías que salían de los reinos de España o entraban.
En el siglo XVIII varias medidas potenciaron el comercio catalán. En 1756 la Corona autorizó el puerto de Barcelona a enviar barcos a América, pero debían detenerse antes en Cádiz. En 1765 se abrió a nuevos puertos el comercio con las Antillas y en 1778 el rey Carlos III decretó el libre comercio, que rompía de manera definitiva con el monopolio de Cádiz y favorecía la emigración a América.
El comercio marítimo que desarrollaron los catalanes con América se conoce como comercio colonial. Consistía en exportar a América productos manufacturados e importar materias primas para sus industrias, lo que daba grandes beneficios. Desde América volvían barcos cargados de café, azúcar, tabaco y cacao, y desde Catalunya se exportaban tejidos, vino, aguardiente, fruta seca y papel.
En Catalunya el comercio colonial funcionaba de la siguiente manera. Desde los puertos pequeños se trasladaban las mercancías con barcas y veleros hacia los puertos más grandes y mejor comunicados. Allí eran embarcadas a los grandes barcos que transportaban los productos hacia América. Este sistema de transporte se conocía como cabotaje.
Las indianas eran unos tejidos de algodón que se estampaban por una sola cara. Eran una pieza de moda de la época, de colores muy vivos y decorados con motivos orientales, que se utilizaban para decorar paredes y tapizar muebles.
Las fábricas de indianas se establecieron sobre todo en ciudades como Barcelona y Mataró en los siglos XVIII y XIX y entraron en crisis tras la independencia de las colonias americanes. En las fábricas todos los trabajos se hacían en un mismo lugar y cada tarea tenía sus propios trabajadores especializados que dirigían varios fabricantes.
Eran unas características propias de las fábricas que las diferenciaban del trabajo artesano que se hacía en muchas casas particulares.
El proceso de fabricación se hacía en cuatro fases: hilatura, tejido, blanqueo y estampación.
El blanqueo era la única actividad que no se hacía dentro de la fábrica sino en los campos de indianas.
Hilatura
La materia prima o algodón se convertía en hilo.
Blanqueo
Eliminaban las impurezas de los tejidos y se hacían volver blancos. Primero tenían que hervir los tejidos y luego se blanqueaba y se secaban antes de pintarlos.
Tisaje
El hilo se transforma en tejido
Estampación
Era la operación de teñir y de imprimir los dibujos en las telas. La estampación se hacía de manera manual a través de unos moldes de madera con dibujos metálicos.